jueves, 20 de diciembre de 2012

El espejo roto



Un espejo gigante, enorme,
Descomunal, monstruoso,
Refleja bruñidas lágrimas de azules líquidos;
Son millones de millones de perlas
Vestidas con gritos inauditos,
Tan reales como el fondo marino
Y tan ocultos como el rostro del vecino
Al que tenemos cerca
Pero del que no sabemos casi nada.

El turbulento espejo refleja
La desesperación de una estrella marina caída del cielo;
Ella no comprende como el océano
Como sus galaxias espontáneas,
Como sus incontables universos llenos de vida
Son ahora lluvia de meteoritos
Que se precipita con violencia al suelo
Como cuando se sacude un árbol gigantesco
Que desprende toneladas de hojas trémulas y muertas de miedo;
El inmemorial árbol líquido se desparrama aterrado
En la agitación de un corazón cautivo y blasfemado,
En el latido conmocionado por la violencia y el terror;
Es el espanto que encierra la mano del hombre
El que lo estruja, lo golpea, lo ahoga,
Es el hombre que no sabe nada de respeto por la vida y los eones,
Pero que conoce mucho de Caín y sus finanzas,
Son las huesudas manos de un cuerpo sin cabeza.

El espejo gigante
Transparenta el rostro del primate supremo,
Y la cara se refleja en la enlucida oscuridad verde azulada;
El rostro no se inmuta
Ante el espejo que le llora
De dolor, de rabiosa impotencia…
El rostro no se asusta ante su reflejo;
El hombre no entiende
Que es su propio reflejo el que mira
Entre millones de caóticas lágrimas;
El hombre cree que el mar es un lunático
Que le destella una imagen falsa,
Incompatible con su rostro sabio y hermoso….
El espejo resulta ser un sucio espejo que no refleja
Al Rey Midas que el primate lleva dentro.

El espejo llora, llora, llora,
Se rompe, se hace añicos
Entre los gemidos de una anémona
Incapacitada por el espanto para acariciar con sus tentáculos
A los pececitos que se abrigaban
En sus brazos protectores;
La madre bienhechora solloza…
Los brazos de la anémona son arrancados, uno a uno,
En una frenética sinfonía de descontrol y contabilidad
Que el rostro indolente y la mano de Midas
Ejecutan sin vacilar;
Cada brazo es una moneda de oro,
Mientras más brazos sean arrancados
Más monedas cosecha la mano
Y más sonríe la boca desdentada.

Cada brazo desgarrado,
Cada arpón en el lomo de los gigantes,
Cada sorbo de anémicos cardúmenes,
Cada plástico en el estomago marino,
Cada veneno en la grasa y el azulado corazón de lo vivo
Es un impronunciable grito de angustia,
Un agujero negro de aullidos y tristezas;
Toda la carnicería se justifica
Por que el hombre codicia aquel dorado
Para su boca sin dientes, para su cuello con soriasis,
Para alimentar el insensible lujo, la gula del placer
Que se traga lagares de sangre masacrando a discreción.

El espejo infinito gime,
Porque lloran los peces
A quienes les desgarraron el vientre azul
Que los cobijaba;
¡Qué importa la madre azul,
Qué importan los hijos,
Qué importan los llantos,
Importan una mierda!;
Lo que importa es el metal  
Y el placer de escuchar los gritos que vomita la matanza
Sentado en algún trono,
Comiendo y defecando oro.

El espejo maldice las miserias de sus riquezas…
Esa es su gloria y su maldición;
Ese es el imán para la codicia humana
Que no conoce límites
Ni sabe mirarse en ningún espejo;
Ambición y codicia que arrasan con kilométricas redes
Lo que encuentran a su paso
Como si fueran colosales tractores de fierro y petróleo
Que arranca y pisotean lo que encuentran a su paso.

La ambición y la codicia
Son fuego con rostro y manos de hombre
Que consumen palmo a palmo,
Metro a metro,
Hectárea por hectárea
La inmensidad verde azulada;
La vida en los océanos se evapora con el fuego…
La vida en los océanos no es digna de respeto ni de cuidados;
En su aurífero fuego purificador
El Rey toca todo y quema todo:
Vida microscópica, algas,
Invertebrados, corales,
Peces, reptiles,
Mamíferos, aves….
Todo lo que tenga vida tiene que pasar por el fuego,
Está prohibido dejar nada,
Todo debe ser quemado,
Todo debe ser transformado en el horno purificador,
Si algo quedara vivo sería una ofensa
Para el desenfreno y el progreso,
Para la sabia codicia
Para la primacía del Rey.

Desollada y suplicante
La madre azul verdosa
Llena sus aguas de alaridos…
Los océanos y sus habitantes
No saben a qué se debe la gratuita y humillante condena de muerte;
La contabilidad indica que cada lágrima,
Cada grito y gemido, cada vida,
Es el oro
Que el rostro y la mano del Rey Midas
Reclaman, exigen…
La impostergable estética del progreso
Es la que obliga a vestir a la boca
Sin dientes, ulcerosa y fétida
Con treinta dientes de oro
Mezclados con azul y sangre.


Obra con registro de propiedad intelectual
 
Créditos

Imágenes tomadas desde:

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