Un
espejo gigante, enorme,
Descomunal,
monstruoso,
Refleja
bruñidas lágrimas de azules líquidos;
Son
millones de millones de perlas
Vestidas
con gritos inauditos,
Tan
reales como el fondo marino
Al
que tenemos cerca
Pero
del que no sabemos casi nada.
El
turbulento espejo refleja
La
desesperación de una estrella marina caída del cielo;
Ella
no comprende como el océano
Como
sus incontables universos llenos de vida
Son
ahora lluvia de meteoritos
Que
se precipita con violencia al suelo
Como
cuando se sacude un árbol gigantesco
Que
desprende toneladas de hojas trémulas y muertas de miedo;
El inmemorial
árbol líquido se desparrama aterrado
En la
agitación de un corazón cautivo y blasfemado,
Es
el espanto que encierra la mano del hombre
El
que lo estruja, lo golpea, lo ahoga,
Es
el hombre que no sabe nada de respeto por la vida y los eones,
Pero
que conoce mucho de Caín y sus finanzas,
Son
las huesudas manos de un cuerpo sin cabeza.
El
espejo gigante
Transparenta
el rostro del primate supremo,
Y
la cara se refleja en la enlucida oscuridad verde azulada;
El
rostro no se inmuta
Ante
el espejo que le llora
De dolor,
de rabiosa impotencia…
El
rostro no se asusta ante su reflejo;
El
hombre no entiende
Que
es su propio reflejo el que mira
Entre
millones de caóticas lágrimas;
El
hombre cree que el mar es un lunático
Que
le destella una imagen falsa,
Incompatible
con su rostro sabio y hermoso….
El
espejo resulta ser un sucio espejo que no refleja
Al
Rey Midas que el primate lleva dentro.
El
espejo llora, llora, llora,
Se
rompe, se hace añicos
Entre
los gemidos de una anémona
Incapacitada
por el espanto para acariciar con sus tentáculos
A
los pececitos que se abrigaban
En
sus brazos protectores;
La
madre bienhechora solloza…
Los
brazos de la anémona son arrancados, uno a uno,
En
una frenética sinfonía de descontrol y contabilidad
Que
el rostro indolente y la mano de Midas
Ejecutan
sin vacilar;
Cada
brazo es una moneda de oro,
Mientras
más brazos sean arrancados
Más
monedas cosecha la mano
Y
más sonríe la boca desdentada.
Cada
brazo desgarrado,
Cada
arpón en el lomo de los gigantes,
Cada
sorbo de anémicos cardúmenes,
Cada
plástico en el estomago marino,
Cada
veneno en la grasa y el azulado corazón de lo vivo
Es
un impronunciable grito de angustia,
Un
agujero negro de aullidos y tristezas;
Toda
la carnicería se justifica
Por
que el hombre codicia aquel dorado
Para
su boca sin dientes, para su cuello con soriasis,
Para
alimentar el insensible lujo, la gula del placer
Que
se traga lagares de sangre masacrando a discreción.
El
espejo infinito gime,
Porque
lloran los peces
A
quienes les desgarraron el vientre azul
Que
los cobijaba;
¡Qué
importa la madre azul,
Qué
importan los hijos,
Qué
importan los llantos,
Importan
una mierda!;
Lo
que importa es el metal
Y el
placer de escuchar los gritos que vomita la matanza
Sentado
en algún trono,
Comiendo
y defecando oro.
El espejo
maldice las miserias de sus riquezas…
Esa
es su gloria y su maldición;
Ese
es el imán para la codicia humana
Que
no conoce límites
Ni
sabe mirarse en ningún espejo;
Ambición
y codicia que arrasan con kilométricas redes
Lo
que encuentran a su paso
Como
si fueran colosales tractores de fierro y petróleo
Que
arranca y pisotean lo que encuentran a su paso.
La
ambición y la codicia
Son
fuego con rostro y manos de hombre
Que
consumen palmo a palmo,
Metro
a metro,
Hectárea
por hectárea
La
inmensidad verde azulada;
La
vida en los océanos se evapora con el fuego…
La
vida en los océanos no es digna de respeto ni de cuidados;
En
su aurífero fuego purificador
El
Rey toca todo y quema todo:
Vida
microscópica, algas,
Invertebrados,
corales,
Peces,
reptiles,
Mamíferos,
aves….
Todo
lo que tenga vida tiene que pasar por el fuego,
Está
prohibido dejar nada,
Todo
debe ser quemado,
Todo
debe ser transformado en el horno purificador,
Si
algo quedara vivo sería una ofensa
Para
el desenfreno y el progreso,
Para
la sabia codicia
Para
la primacía del Rey.
Desollada
y suplicante
La
madre azul verdosa
Llena
sus aguas de alaridos…
Los
océanos y sus habitantes
No
saben a qué se debe la gratuita y humillante condena de muerte;
La
contabilidad indica que cada lágrima,
Cada
grito y gemido, cada vida,
Es
el oro
Que
el rostro y la mano del Rey Midas
Reclaman,
exigen…
La impostergable
estética del progreso
Es
la que obliga a vestir a la boca
Sin
dientes, ulcerosa y fétida
Con
treinta dientes de oro
Mezclados
con azul y sangre.
Obra con registro de propiedad intelectual
Créditos
Imágenes tomadas desde:
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